2018

Letra Nº16

Editorial

Cultura, surcos y fracturas

Celeste Stecco
Directora de Letras

La cultura es un efecto de los seres hablantes en su intento de nombrar y ordenar lo humano y de ponerlo al servicio de la supervivencia y el lazo, ya que, tal y como Freud nos enseña, los seres humanos tienen escasas posibilidades de existir aislados. Si bien el ser humano lo sabe, su saber no es suficiente para no experimentar como gravosa opresión aquello que debe ceder para que una convivencia sea posible. 

Freud expuso la indisoluble paradoja que la cultura entraña. Esta, en su lucha por la vida, pide sacrificios al Tánatos que habita en cada uno, lo que alimenta la insaciabilidad del superyó, causando ella misma la agresividad que busca combatir.

Ninguna cultura es sin el reclamo a esta obediencia, la autoridad se hace allí un lugar, tal como plantea en este número Marco Focchi, y el ser hablante establece con ella una relación de sumisión o de elección, siendo posible también una ética de la desobediencia, como propone en su texto Guy Briole. Pero, aún consintiendo a la cultura, no todo en el ser hablante puede obedecer a su reclamo, no todo entra en ese orden, algo siempre se rebela, como trae Miriam Chorne, haciendo a la cultura portadora de un imposible que, a la vez, hoy rechaza.

En el rechazo al imposible, la cultura se alía con el poder exponiendo al ser humano ante lo que se supone que lo defiende, como muestra Gil Caroz. De esta manera, la cultura, lejos de sostener un discurso que permita el lazo social, lo ataca, dejando en evidencia que en su afán totalitario se acerca peligrosamente a la barbarie. 

La cultura busca enmascarar un real del ser humano puesto en evidencia por Freud: que este puede ser capaz de cometer las peores atrocidades, como las que relata Laura Canedo en su texto y como ocurre en La republica luminosa de Andrés Barba, con quien conversamos en esta ocasión.

Vemos como el empuje de la cultura no siempre es consecuente con el sentido de su existencia. Hoy, en su alianza con el capitalismo, la encontramos yendo en contra de la supervivencia y el lazo social, como plantea Ana Lía Gana.

En esta alianza mortífera, la cultura niega el imposible que la atraviesa y, vía el eslogan “Todo es posible”, deviene en su forma totalitaria, germen de la barbarie; de esto conversamos con el dramaturgo Juan Mayorga, y leemos en sus palabras, que solo habría posibilidad de otra cosa en la fractura del “todo”.

De esta manera, las fracturas de la cultura se constituyen en condiciones de posibilidad. Es ahí donde los brotes de los propios movimientos culturales pueden emerger, aunque luego ella misma busque triturarlos y homogeneizarlos, como decía Lacan, y como nos cuenta Sonia Arribas que hizo el nazismo con Paul Scheerbart.  Aún así, hoy hablamos de su obra, no todo pudieron destruirlo. 

Una cultura del no todo, al estilo de la poética de Lucio Fontana que nos trae Adele Succetti, estaría más cerca del Eros que Freud ubicaba en su origen. Hace falta que el todo esté fracturado, que la cultura cuente con los agujeros suficientes para que,al modo de un Gran Río, del que conversamos con Juan Barja, otros caudales puedan correr.

Es en el agujero que deja el imposible de homogeneizar donde lo singular puede hacerse un lugar, como podemos leer en los testimonios de Domenico Cosenza, Clotilde Leguil y Marta Serra; y es en la fractura del todo que el arte puede abrirse (y abrirnos) el camino, tal como nos trae Howard Rouse en las palabras que Lacan dirige a Masson.

En las fracturas estarían las posibilidades, esto hace que hoy sea de vital importancia prestar más atención “al vacilar de lo existente”, como plantea en su texto la filósofa Luciana Cadahia.

En este número de Letras Lacanianas abordamos los surcos que la cultura marca y sus fracturas, lugares de emergencia de esos brotes que resisten al Tánatos que anida en la civilización hoy.